

Hace 24 años, cuando el combinado español perdía su final en París, en la Eurocopa de Francia'84, Fernando Torres tenía apenas tres meses. Anoche, en Viena, el madrileño sentenció con su gol una final que pasará a la historia. El también lo hará y con mayúsculas. España ganó su segundo torneo continental y lo hizo con brillantez. Se mostró superior a todos y cada uno de sus rivales con un estilo de juego basado en la posesión del balón, en la profundidad de su ataque y sostenido por futbolistas de mucha calidad. Luego, Luis hizo el resto. Primero eligió a los hombres adecuados para lo que pretendía. Luego los mantuvo unidos como una piña hasta el final. Ayer, en el epílogo, sólo hubo que perseverar en la fórmula del éxito.
Alemania apostó por el 4-4-1-1 que tan buenos resultados le había dado en los últimos duelos. Se especulaba que podía jugar con dos delanteros (4-4-2), pero al final Ballack, por detrás de Klose, fue su apuesta. Mientras, España salía con el dibujo previsto y Fábregas moviéndose a la espalda de Torres. Por contra, tenía menos posesión de lo que había sido norma y jugaba más al contragolpe.
En una de esas acciones aisladas, Torres impuso su velocidad y poderío sobre Lahm y rubricó con un toque de calidad por encima de Lehmann. Se cumplía el minuto 33 y su diana bien vale una final. A partir de ahí, los germanos se fueron hacia adelante y a las habituales subidas del propio Lahm se unieron las del central Metzelder, asumiendo riesgos que Fernando se mostró siempre dispuesto a aprovechar.
Con España por delante en el marcador, se abrió una segunda parte en la que se repitió el guión. Alemania volvió a apretar de entrada, apostando, ahora sí, por el 4-4-2 con la entrada de Kuranyi arriba. Sin embargo, España recuperó poco a poco su jerarquía, como hizo en la primera parte, y equilibró el control de balón disfrutando de algunas claras ocasiones de sentenciar al final. Las situaciones a la contra se sucedían y Torres se mostraba cada vez más peligroso. Pero el marcador ya no se movería. Al final, explosión española, fiesta por todo lo alto y especial protagonismo de Fernando. Me alegro por él, por Pepe, por Xabi, por Alvaro y por todos. Mi más cordial felicitación.
Por lo demás, se cierra una Eurocopa en la que, desde mi punto de vista, han sobrado partidos y que nos ha sorprendido con algunas prórrogas más de las previstas, dando la sensación de que ciertas selecciones no llegaban muy frescas al final de los encuentros. Con varios equipos que prometían mucho y se fueron a casa pronto y con una España superior que se impuso con justicia. Mejor así. Sobre los cruces en semifinales, demenciales, mejor no hablar.
Alfredo Relaño en AS
Fue hermoso, fue justo y fue necesario. El mejor equipo ganó el torneo, y lo ganó defendiendo un estilo de fútbol más hermoso que ningún otro. Un estilo suave, de toque, que despierta recelos en muchas aficiones y en más entrenadores, pero que es más bello, más avanzado, y que hace del fútbol un deporte al alcance de todos. La habilidad y la idea por delante del músculo. Aquel deporte que los ingleses inventaron para la pierna fuerte, el pase largo, el salto y la carga ha evolucionado mucho en un siglo y medio. Más en unos sitios que en otros, y este equipo campeón es el punto cumbre de esa evolución.
Interpretado por un grupo de muchachos fenomenales, que dan la cara de esa nueva España que todos queríamos ver, una España hija de la Transición y que en el deporte encontró su gran empuje en los JJ OO de Barcelona. Es la misma España de Gasol y compañía, de Nadal , de Alonso y de tantos otros. Este campeonato, el partido de anoche, suponen la irrupción de la Selección de fútbol, venida por un desdichado patito feo de nuestro deporte, en ese olimpo de felices y afortunados ganadores que engrandecen la imagen del país y que nos hacen mirarnos unos a otros de forma distinta.
El fútbol no da soluciones, pero da alegrías. Esta mañana las cosas que no funcionan seguirán sin funcionar, pero seguramente tendremos todos mejor ánimo para afrontarlas. Parece ingenuo, parece simple, pero es así. Y nuestra imagen internacional es mejor y no sólo porque este equipo ha ganado, sino porque ha ido dibujando sucesivas obras de arte. Es estimulante pensar que nuestro país ha sido capaz de irradiar un fútbol así, y que con ese estilo ha ganado el torneo, el pichichi y la consideración de todos. Y otra vez gracias a Luis Aragonés. Su tozudez ha sido el elemento de agregación de este grupo feliz.
Diego Torres en El País
Todo empezó cuando Senna robó un balón. El chico de São Paulo levantó la cabeza y entre el bosque alemán vio un claro, a unos metros por delante suyo. En el claro apareció Xavi. Fue un mérito del interior del Barça desmarcarse en ese lugar crítico. Demasiado alejado de Mertesacker y a la espalda de Frings. La zona caliente. Ese lugar desde donde los pases suelen tener un efecto especialmente destructivo cuando se juntan dos tipos con las características de los actores que entraron a escena en ese momento. El primero, el propio Xavi, que recibió y sin mirar ejecutó el pase al espacio. Ya sabía quién venía. En el espacio apareció Torres. Otra vez. En carrera desde atrás, desde la derecha. Hizo un control orientado y le echó una carrera a Lahm, que creyó que le ganaba, pero perdía. El lateral acompañó el balón interponiéndose hasta que el portero, Lehmann, achicó el ángulo. Todo parecía bajo control, pero en tres zancadas, Torres se adelantó medio metro. Puso la bota derecha y picó. Lehmann se quedó reclinado. Como sentado en la cama, con los brazos extendidos, mirando de reojo un tesoro que se aleja. Era la pelota, que lentamente, cruzó la raya. Tardó un segundo. Una eternidad. Como esos goles viejos que se hacían con la pelota de cuero, o con la de trapo. Fue el gol de la Eurocopa.
"Lahm tenía la posición ganada y se relajó un segundo", explicó Luego Torres. "Lo aproveché para picar el balón al portero. Éstos son los detalles que hemos tenido en cuenta en esta Eurocopa. España no controlaba estos aspectos del juego y ahora sí lo hacemos. Contra Suecia e Italia lo pusimos en práctica. Antes, los detalles nos dejaban fuera y ahora nos han hecho campeones", comentó el delantero.
Fernando Torres se llevó el pulgar a la boca tras el gol y simuló el chupete. Le dedicó el gol a dos recién nacidos. Hugo y Mario. Su sobrino y el hijo de un amigo. Lo celebró con sentido de liberación. No había marcado desde el partido ante Suecia, y sabía que una parte de la hinchada le esperaba con ansiedad.
Uno de los emblemas históricos de la selección española, Emilio Butragueño, lo destacó antes del partido: "Torres tiene una importancia fundamental para este equipo. Es el hombre que genera espacios para los centrocampistas, el que aguanta el balón, el que desborda, el que rompe".
Si en el debut ante Rusia el delantero del Liverpool fue el jugador español que menos pases recibió, ayer se los llevó casi todos. Sin Villa, sin otra referencia arriba, España no encontró mejor salida que Torres. Durante media hora, cuando Alemania estaba físicamente entera y juntaba las líneas sin dejar espacios, Torres se convirtió en la vía de desagüe de un equipo atenazado por la tensión. Su pelea con Metzelder fue desigual. Se llevó tacos de todos los colores.
En la primera media hora, a la salida de una jugada a balón parado, Torres le ganó la posición a Mertesacker y metió la cabeza como pudo. El salto tuvo mérito porque su oponente era más corpulento y estaba de cara. Pero consiguió conectar. El tiro fue al palo. Pudo ser el primer gol. Pero fue el prólogo. El anuncio del que venía. El que valdría la Eurocopa.
"Cuando eres un niño y ves estos partidos por la tele sueñas con estar allí", dijo al salir del campo, envuelto en una bandera. "Ahora que estoy aquí no acabo de tomar conciencia de lo que he conseguido. Por fin se ha hecho justicia con este equipo. Hemos recuperado el lugar que nos corresponde en Europa", sentenció Torres.
MIGUEL A. HERGUEDAS en El Mundo
Se paró el tiempo cuando esa pelota superó el cuerpo de Lehmann, describió una mínima parábola, botó y entró empujada por todo un país, mansa, llena de gloria. El gol, ese gol inmortal vale una Eurocopa, el título de mejor jugador de la final y pone a Fernando Torres en la cima del fútbol, esa que ya había apuntado durante una magnífica temporada en el Liverpool.
Fue una arrancada que retrató la indecisión de Lahm y Lehmann y un toque preciso que dejó helado a todo el fondo alemán, impávido ante la precisión del Niño. Ya lo había hecho dos veces antes, en las finales de los Europeos sub-17 y sub-19 ante Francia y Alemania. Y en ambas marcó.
Estaba escrito que la velocidad del Niño iba a decidir el partido. Sobre todo tras un torneo donde también había conocido el lado amargo. Siempre había sido el primer relevo para Aragonés, el mismo tipo que le dio los galones del Atlético, en Segunda División, allá por la primavera del año 2001.
Cuando veía la tablilla, Fernando torcía el gesto. Pero luego, entre partido y partido, su padre futbolístico le logró convencer, en privado y en público, de que este torneo estaba destinado para él. Sólo había marcado ante Suecia. Había tenido muchas más situaciones, pero siempre sobraba un recorte o el disparo pasaba silbando junto al poste.
Entre Anfield y el Ernst Happel
Pero la final le dio la revancha merecida. Se dirigió junto al córner, se llevó el dedo a la boca, como ese niño que siempre fue, se tiró de rodillas y cantó el gol que soñaron 45 millones de españoles que ya le reverencian casi igual que Anfield. Porque en Liverpool, nadie lo olvida, ya festejó 33 dianas en tres competiciones, 25 de ellas en la Premier League.
Benítez se lo llevó para allá a cambio de 36 millones y ese chico de Fuenlabrada, todavía con pecas de cadete, se convirtió de golpe en la referencia de los 'reds'. Con esa vitola llegó a la Eurocopa. Y con las ganas de demostrar que las críticas recibidas con la Roja eran injustas.
Había un halo de malditismo también con esa camiseta. Una lesión le impidió jugar en Aarhus, el partido decisivo ante los daneses. Era octubre de 2007 y nadie daba un céntimo por el grupo. Mucho menos tras la ausencia del referente en ataque. Sin embargo, Tamudo hizo un favor que también es justo recordar.
Nunca lo tuvo fácil Fernando. Tampoco con España, donde debutó en septiembre de 2003 con 19 años ante Portugal. Tuvo que esperar hasta abril siguiente para liberarse con su primer gol. Fue en el Luigi Ferraris de Génova. La sombra de Raúl seguía siendo enorme. Tampoco ayudó el fracaso en la Euro de 2004. Ni el mal partido de octavos del Mundial de 2006. Ahí ya tenía los mandos. Pero faltaban dos años para ese gol de Viena. Ese que le coloca como favorito para el Balón de Oro. Ningún español lo agarra desde 1960. Quizá, 48 años después, Luis Suárez encuentre sucesor.
Orfeo Suárez en El Mundo
Como un caballo alado, salió Fernando Torres lanzado a por una misión imposible, preñado de fe, con el rostro afilado de quienes buscan la gloria cueste lo que cueste. Voló entre los centrales alemanes, cabalgó sobre Lahm, un excepcional lateral ayer minimizado, y cruzó el balón de la victoria lejos del alcance de Lehmann. Fue un ejercicio de determinación, el que España necesitaba para no verse atrapada por sus fantasmas, a los que ya creía haber vencido frente a Italia. Pero quedaba Alemania, la eterna Alemania. No hay dos rivales que den más crédito a esta Eurocopa, conquistaba sin perder un partido, con 12 goles, más que nadie, con el máximo goleador del torneo (Villa) a buen recaudo y con varios de sus jugadores en el once inicial. Un título de ley.
A Torres correspondió esa gloria efímera que la historia hará eterna después de un partido de nuevo manejado por la selección, que dominó todas las suertes y salió vencedora de todos los duelos individuales. Alemania se vio incapaz de encontrar un antídoto al juego de los centrocampistas españoles, en especial Xavi e Iniesta, suplantados uno por el otro. Avanzaban por el campo como si bailaran un vals. Tuvieron la vigilancia de Senna, las ayudas de Sergio Ramos, como una daga por la banda, la protección de Marchena, presto a salir al corte en cada laguna del centro del campo. Apenas hay máculas en un partido que mereció más renta en el marcador.
El triunfo avala el trabajo de Luis Aragonés, que después de todas las polémicas posibles abandona el cargo. Los jugadores lo mantearon en señal de agradecimiento. Ha sabido construir un equipo definido por el juego y la lealtad entre sus miembros, fortalecidos por el debate de Raúl, como si tanto hablar del madridista o escuchar su nombre en estaciones, aeropuertos o campos de fútbol hubiera agitado su amor propio. En esta selección manda el juego y la unidad, como prueba la técnica de sus futbolistas y las ayudas que se ofrecen sobre el campo. La final de la Eurocopa fue un ejemplo.
El futuro empieza ya mismo, con un amistoso en agosto, ante Dinamarca, antes de que al mes siguiente se incie la fase de clasificación para el Mundial de Sudáfrica, en 2010. España lo afrontará como campeona de Europa, con el viento de cola que da un título y un juego que ha asombrado. A Vicente del Bosque le va a tocar pilotar la etapa, y haría bien en no romper el grupo que sale de este torneo, con juventud y porvenir. Para Raúl, pendiente de la nueva etapa, volver puede ser una utopía.
Rubén Amón en El Mundo
Sin darnos cuenta, el Niño se nos ha convertido en un hombre. Le ha venido bien airearse en el extranjero. Nos ha aprendido inglés y ha sentado la cabeza. No es que le haya cambiado la voz, como le ocurre a los adolescentes que se "abaritonan" en los campamentos de los meses estivales. Pero se nos ha hecho un tío en Liverpool. Un tío.
Cuestión de personalidad, de raza. Y cuestión de fe, porque el gol de su vida -y el de la nuestra- se lo trabajó desde el primer segundo. Buscando quijotescamente los balones imposibles. Y emulando sus tiempos de alevín rojiblanco, cuando corría encelado e incansable detrás de la pelota.
Arrigo Sacchi se jactaba de haber inventado un extravagante e infalible criterio de selección de futbolistas ambiciosos. Los colocaba debajo de la portería y les lanzaba el balón a una distancia improbable de alcanzar.
La mayoría se quedaban estáticos. Sabían que la pelota iba a perderse por la línea de fondo antes de capturarla. Pero había chavales que desafiaban al míster italiano y que perseguían el señuelo obstinadamente. Era irrelevante traérselo. Era fundamental, en cambio, ir a buscarlo, proponérselo.
Viene a cuento la anécdota porque simboliza la trabajera y la perseverancia de Torres en Viena. El esquema de Luis le obligaba a pelearse como un mercenario entre los centrales de la Mannschaft, pero el nueve español, que ya no es un Niño, los desarmó y los desmoralizó envite a envite.
Es como si el partido se hubiera simplificado en 30 metros. A Torres se le mandaba al frente germano y se le abastecía de balonazos imprecisos. Le correspondía a él convertirlos en artillería y en desnudar al retén de vigilancia, pero fue capaz de conseguirlo minuto a minuto gracias a un equilibrio entre el poderío físico y la fortaleza psicológica.
Torres sabía que Villa estaba en el banquillo. Y sobrentendía que Luis Aragonés le había asignado la responsabilidad de resolver la finalísima. Es verdad que el delantero del Liverpool anduvo cumplidor y bullidor en la Eurocopa, pero tenía pendiente demostrar su naturaleza de 'crack'. Dar el paso que separa al buen delantero de un futbolista 'histórico'.
Histórico quiere decir que nuestros nietos y nuestros bisnietos verán 'el gol de Viena' -ya podemos darle naturaleza literaria- igual que nosotros hemos contemplado en diferido y en plural el de Zarra, o el de Marcelino.
No porque España tenga que esperar hasta el 2052 para alzarse otra vez con la Eurocopa, sino porque el imaginario colectivo necesita de referencias iconográficas para sacar pecho o enjuagarse los ojos de lágrimas.
Lloraba Torres en Viena. Como un hombre. Y como un hijo se abrazaba a Luis porque el míster ha sabido castigarlo y motivarlo cuando hacía falta. Sólo vamos a reprocharle al goleador, si cabe, la celebración del tanto. Lo bonito que hubiera sido despojarse de la camiseta roja en el banderín de corner para dejar a la vista la del Atleti.
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