jueves, 13 de noviembre de 2008

Los tres mil peregrinos



Seen loads of Athletico fans in town today and they were all in good voice, come on redmen!!!!!!!!!!" (Foro de Red and White Kop)


Esta entrada intenta ser un pequeño homenaje a todas las experiencias inolvidables que nos han traído estos dos partidos, y a la intrahistoria de todos esos aficionados que viajan por el mundo acompañando a sus equipos. El dichoso penalti empañó todo ese ambiente festivo que había acompañado a los encuentros; pero los atléticos no podrán olvidarse de la ilusión con la que se despertaron en un hotel de Liverpool el 4 de noviembre, las esperanzas de ver a su equipo hacer historia, los cánticos que llenaron Anfield, o la emoción de fundirse con el rival para cantar sus himnos y los propios, para homenajear a un ídolo que les arrancaron de la noche a la mañana, y del que no pudieron ni despedirse.

Las experiencias de los aficionados





(Relato de Ozemaría, forero de Señales de Humo. Podéis ver el post original aquí)

Sonó el despertador y tuve la sensación de haber dormido muy poco, extraña para mí desde hace ya bastante tiempo, pues soy hombre de no más de seis horas de sueño. Extraño fue también ver a mi hija levantarse como si su cuerpo estuviera conectado al despertador por algún resorte; ella, que como joven, nunca tiene suficientes horas de sueño.

Mientras el agua de la ducha caía con estrépito, y ni siquiera me dejaba disfrutar de ese estado de somnolencia no apremiada por la expectativa de un día de trabajo, alargué mi mano hasta la mesita donde estaba el despertador. ¡Las seis y cuarto! La muy jodida, en vez de quitarle una hora al reloj, se la había añadido.
Así empezó el día en que fui a Anfield. Siguió con un tranquilo y bien servido desayuno inglés, en el que a fe que amorticé el caro precio que tenía. Eso sí, no llegué a amortizar el de mi hija, que se despachó con un zumito, un café y una especie de cruasán. ¡Qué derroche de diez libras!

Al salir a la calle, allá en Speke Aerodrom, fuimos recibidos por el frío de la mañana y el gris del cielo. Cuellos arriba y manos en los bolsillos, nos encaminamos a la cercana parada del autobús, que con británica puntualidad compareció a las nueve y diez de la mañana. Atravesamos largas avenidas de suburbios residenciales de medio y alto standing, que produjeron en mí una sensación similar a la que debió sentir Catalina cuando desde su tren divisaba las aldeas de Potemkin. Hasta tuve la sensación de que la familia asiática que subió tres o cuatro paradas después era un grupo de figurantes expresamente puestos por el municipio de Liverpool para nosotros.

Al bajarnos del autobús, la sensación de ficción se adueño aún más de mí, pues nos dimos de bruces con el Vines y el Adelphi. Me restregué los ojos con fuerza, y cuando volví a abrirlos me encontré solo. ¿Mi hija? Al cabo de quince o veinte segundos divisé su menuda figura muchos metros delante de mí. Como no podía ser de otra forma, estaba pegada a un escaparate. Se acabó la ficción. Con no poco esfuerzo, superamos la prueba de un gigantesco shopping centre, pero ya fue imposible escapar de la tentación de Church St. Un paraíso para ella, un infierno para mí. Cayeron las primeras libras. Pero algo bueno tuvo la incursión: toparnos con un puesto de la Royal British Legion. Intrigados, acudimos a él, porque vi que tenían esas florecitas de papel que, por la tele, veo en ocasiones llevar a los ingleses. Con amabilidad extrema y paciencia infinita, el comandante del puesto nos explicó su significado. Sin ser patriota ni por lo más remoto, sentí envidia, y no pude sino pensar en nuestra actual pelea simbólica entre la Doña Cuaresma de la memoria histórica y el Don Carnal de viva Franco por lo bajini.

Con la zanahoria de visitar la tienda de los Beatles (ya había pactado la no visita al museo), conseguí tirar de mi hija hasta el Albert Dock. Bello lugar. Bien trabajada su recuperación. Agradable espacio para pasear y tomarse algo, en el que vino a mi rescate el bueno de Quesada. Dos contra una, para la Tate. Visita al galope, pero muy placentera. Varias piezas de caza mayor me sorprendieron, pues confieso que iba sin información previa. Tras las compras de rigor y encontrarnos con el joven Capo Cañonero, nos encaminamos hacia Mathew St. Allí ya nos encontramos con buena parte de la expedición de los del humo. La primera y principal, Moira. Su vitalidad contagiosa obró el milagro, y mis ojos vieron lo que nunca pensé ver: ¡a mi hija cantando y saltando en medio de una calle! Al acorde de una guitarra, creo que cantaban y bailaban algo de un tal ¿Oasis?

La visita obligada a La Caverna, precedió a una más que satisfactoria comida en un recomendable italiano que está en lo que viene a ser la continuación de Mathew St. Con la barriguita llena y la garganta bien calentada por un buen vino y un magnífico espresso, llegó la segunda sesión de compras. Tras ella, el reencuentro con los amigos en The Grapes. Aquí sí puede encontrarse aún algo de ese ambiente que en el resto de Mathew St. ha desaparecido. Y más aún si allí ya te encuentras con el pleno de la expedición del humo. Rodeado por Chinasky, Marianux y su viuda, MLPD y etcétera, etcétera, etcétera, el gusanillo ya empezó a picarme. Pasaban de las cinco, y era como si Anfield me llamara.

Pero el bueno de Marianux, empeñado en que hiciéramos jogging por el centro de Liverpool, nos llevó con la lengua fuera al zoco de las entradas. He de reconocerle que me permitió conocer un pub espectacular. Edificio de principios del XX, que tenía toda la pinta de ser un buen ejemplar de art nouveau a la inglesa, o sea, con elementos más eduardianos que victorianos. Había clientes locales, aunque en clara minoría frente a los colchoneros, entre los cuales destacaban las imponentes figuras de la legión germana. Lo más impresionante de todo, los urinarios, oiga usted. Mármol puro, de ese jaspeado rojizo. Daba no sé qué mear allí.

Tras obligar a Marianux, Capo y Quesada a engullir de un trago sus pintas, al fin nos encaminamos hacia Anfield. Ya era noche cerrada y apenas si pasaba de las seis.

Un viaje muy rápido en taxi nos llevó delante del lugar tanto tiempo soñado, para ver lo tantísimos años anhelado: mi Aleti contra el Liverpool allí. Un campo que ya por fuera no defrauda a un nostálgico con propensiones melancólicas como yo. En medio de un típico barrio inglés de clase media baja es como uno de esos mausoleos que tanto cabrean al Cobo de turno y al que los propietarios de los equipos de fútbol sólo le ven los metros cuadrados de superficie y los cúbicos de volumen a construir. Compra de bufandas conmemorativas, de maravillosos fanzines e intento abortado de visita a The Albert (una auténtica sauna pero alimentada por calor y vapor humanos). Un museo vivo, de esos que los profesionales del arte y la cultura se empeñan vanamente en producir.

Poco antes de las siete, entramos al estadio. Gradualmente, las gradas se fueron poblando. Enfrente de nosotros, el mítico The Kop, fue el último en llenarse. El estadio es como una caja de resonancia, que te lleva casi al trance cuando todo él, bufandas arriba, canta el You’ll Never Walk Alone. Debo confesar que lo canté. Verdaderamente emocionante.

Tan emocionante como el partido, en el que grité y canté como hacía muchos, muchísimos años que no ocurría. Y mi hija conmigo. Por momentos, cuando reparaba en ella, se me ponía un nudo en la garganta. Si mi padre nos viera a los dos…

Las pasamos bastante putas, hablando ya del partido. Somos como una manta pequeña. Si nos tapamos la cabeza, se nos hielan los pies; si nos queremos cubrir éstos, la cabeza al ventestate. Pero el martes, al menos, había un plan. Pobre, pero plan. Y aunque duela, porque dolor, y grande, produce ver al Kun en el banquillo, como también contemplar nuestra incapacidad para sacar un balón jugado y desplegarnos al contraataque con soltura, lo cierto es que a poco que se afine en defensa, es casi seguro que no se pierde al menos, porque con la calidad que hay arriba, alguno se acaba metiendo.

Con el furor de ver que en el último suspiro me arrebataban el final perfecto para mi sueño, salimos del campo. Pero enseguida retornó la calma, el sosiego, y una sensación de profunda felicidad, de haberme como quitado veinte o treinta años de encima. Aún hoy me siento un poco extraño. Es como si estos días no fuera quien soy ahora. Me encuentro muy, muy a gusto, como reconciliado conmigo mismo. Y más cerca de mi hija. Sólo me faltó allí la compañía de algunos, en especial de Vafe.

Gracias, Aleti. Gracias, fútbol.



This is Anfield

(relato del Tomi, Antonio Rodríguez)



El estadio por fuera parece más una fábrica de cemento que otra cosa, la verdad. No da la sensación de ser el templo que es en realidad. Pocos bares alrededor del mismo, salvo un mogollón de casas de esas de chalets adosadas, y una fantástica tienda de merchandaising para comprar mogollón de cosas. Dentro ya es otra cosa. Dentro ya sí que impresiona lo bonito que es. Esa gradona que ocupa The Kop flipa cantidad. Es muy cerradito, y lo que más chana es que te puedes poner tranquilamente en manga corta luciendo los colores de tu equipo sin pasar nada de frío (si, ya sé que las 345 pintas que llevaba encima también ayudan lo suyo, pero en serio, dentro del campo no hacía nada de biruji). El césped no es que esté bien, es que está sencillamente impecable. En mi vida he visto en ese aspecto un campo igual. El momento mágico de la noche, sin lugar a dudas, el You’ll Never Walk Alone, cantado también por muchos de nosotros, y a continuación, como no podía ser de otra forma, nuestro himno entonado a todo trapo, y respetado también por ellos. Aún así, a nivel de animación a mi me defraudaron un poco los ingleses. Igual es que les tengo en un listón muy alto, no sé. Por cierto, como anécdota, decir que ese campo era inicialmente del Everton y fue comprado por el Liverpool (están los dos separados por un escaso kilómetro). Sí, la verdad merece muy mucho la pena ir para allá.


This is Liverpool.

Una ciudad de muchos contrastes, sinceramente. Aparentemente es muy tristona, como apagada. Su gente parece seria, pero luego en el trato son muy agradables. Con nosotros se portaron de puta madre. Sus garitos son superauténticos, supercuidados hasta el más mínimo detalle. Y te permiten cantar y beber y divertirte sin mayores complicaciones. Por supuesto, estuve en The Cavern (tanto en el Pub como en el sitio en donde dan los conciertos). Sencillamente apoteósico el sitio, bastante grande y con el mismo encanto y la misma magia con la que fijo debutaron los Beatles allí. Había un cantautor haciendo versiones de ellos sencillamente antológicas. Al final se lió a tocar canciones conocidas acoplándolas a nuestros cánticos. Fue un momento sencillamente emocionante. Disfruté como un enano. Comimos por ahí en un sitio de esos de comida rápida, de esa que llena mucho y no tienes muy claro qué pollas te estás papeando. Me resultó curioso el ver que mucha gente comía por allí, en la calle (gente no del Atleti, se entiende, sino lugareños de allí). Y las pibas … Ayy, las pibas. La mayoría llevan unos tacones finísimos y muy alargados con los que no sé ni cómo pollas pueden andar por esas calles. Y los taxis molan mogollón, pueden ir hasta 6 personas.

En definitiva, un sitio aparentemente muy tristón, con un clima que yo sinceramente no aguantaría, pero con muchos rincones con mucho encanto. El centro es pequeñajo, se patea en un pis-pas y está lleno de pubs. A mi me gustó mucho todo. Eso sí, que no se me olvidé. Los putos baños, coño. No es que sean estrechos, es que en algunos no podía ni siquiera darme la vuelta para mear, joder. En uno de ellos, como llevaba una mochilita, no tuve más remedio que ponérmela encima de la cabeza como un fakir para poder intentar una maniobra de salida de allí. Imaginaros el careto del guiri que había meando fuera cuando salí de esa guisa. Sí, ya sé, no tengo un cuerpo danone, y mi barriga es mi barriga, pero coño, que no había forma humana, ya digo, de ni siquiera darse la vuelta. Parecía un trailer dándose un rulo por un circuito de Karts. Y si los limpian, ya puestos, de vez en cuando, serían ya la repolla.

This is the Match.


Pues el resultado es aparentemente justo, bueno para nuestros intereses, aunque claro, la forma en la que se produjo fue de nuevo una vuelta de tuerca más de prueba de fidelidad de nuestros colores. El Liverpool dominó pero no encontró la forma de meternos mano, entre otras cosas, porque nuestra defensa estuvo sencillamente soberbia, destacando por encima de todos Pernía (trankis, no me duran todavía los efectos de las birras, creo), aunque tanto Antonio López como Perea o como Heitinga estuvieron también hechos unos jabatos. Pudimos hacer historia, pero bueno, hay que intentar mirar en positivo y pensar que seguimos siendo líderes del grupo. Nos adelantamos con el chicharro de Maxi, y en la segunda parte nos limitamos a defender con cierto orden, algo inaudito tratándose del Atleti.

This is the UEFA.


Mafia. Corrupción. Basura. Bazofia. Matan el fútbol con sus manipulaciones. Lo del penalti que nos pita el árbitro es sencillamente vergonzante. Él pita, de hecho, claramente el saque de puerta, pero el linier no. Y lo que es un elemento simplemente consultivo para a ser uno decisivo. Así, por arte de Platini. No tiene bastante con cerrarnos nuestra casa injustamente. Que va. Ahora al señorito no le gusta que agotemos y defendamos nuestros derechos, y por recurrir al TAS, nos lo paga así. Espero que el Atleti nunca tenga la decencia de invitar a este tipo a nuestra casa. Yo lo declararía, de hecho, persona non-grata. Y pido perdón a las personas por compararle con ese individuo.

This is Aguirre.

(...)
Un cagón. Un mediocre. Un pibe que no entiende de respeto. Porque con su alineación, dejando al Kun en el banquillo en un encuentro en el que pudimos dejar sentenciado ya nuestro pase a la siguiente ronda, y sabiendo (o deberiendo de saber, más bien) lo que significaba ese encuentro para todos los Atléiticos, es una auténtica falta de respeto a los casi 4000 pibes que viajamos hasta allí. Y luego, para colmo, no se le ocurre otra cosa que cambiarle por Forlán. Ya no digo nada de no haber agotado los 3 cambios, que esa es otra. Todo el mundo hubiese sacado en los últimos minutos a Banega. Se pierde un poco de tiempo, se gana en manejo de balón, y mientras tu lo tienes, uno no pasa peligro. Todo el mundo menos el Sr. Cagón Aguirro. Le recuerdo, mi querido incompetente, que usted ya no está en Osasuna, y que los Atléticos odiamos profundamente la forma de jugar de esos equipos. Entérese ya de una santa vez. ¿No es mucho más lógico haber intentado ya ayer conseguir el pase y dedicar los dos partidos que quedan a rotar a todo Cristo viviente, sin problema alguno? Encima del castigo que se supone es para el chaval no disputar de inicio ese encuentro. El poco afecto que le tenía se está convirtiendo en un odio profundo. Es triste reconocerlo, pero es así.

This is You’ll Never Walk Alone.


Pues sí que lo cantamos, junto con los ingleses, y fue sencillamente espectacular. Otro momento memorable, inolvidable, emocionante y sincero. Algo que ya tengo dentro de mi corazón, y que jamás se borrará.

This is Fernando Torres.


Liverpool’s Number Nine. Parece ser que hay gente enfadada con él porque se alegró cuando marcó Gerrard. ¿Qué coño queríais que hiciera, ponerse a llorar, joder? Eso sí, podía haber tenido el pequeño detalle de bajar a saludarnos al final del encuentro. Como sí que lo hizo Reina o Xabi Alonso, por poner 2 ejemplos. De vergüenza (salvo Heitinga y Escándalo Forlán, chapeau especialmente para el holandés) ajena el que los nuestros no se acercaran a nosotros a aplaudirnos. Qué trabajo les costará darnos esos 2 minutos de su vida. Y luego dicen que no les sacamos cánticos a los jugadores. ¿Acaso alguno se lo merece realmente? Anda y que les follen.

This is an desastre.


La vuelta, digo. Un caos de impresión. Entiendo las medidas de seguridad y que sean superestrictas, pero no puede hacérsenos pasar a casi 3000 tíos por una puerta (por una sola puerta, ojo) para embarcar. Mi vuelo salió al final a las 4 de la mañana. Así que, para amenizar la espera, pues nos fundimos las libras que nos quedaban en … ¡acertaste, Bart Lancaster! ¡Más birras, como no podía ser de otra forma! Por cierto, que en uno de los aviones del FA, mi amigo el Recetas (con el que me encontré en Liverpool, de hecho, me encontré con bastante peña histórica del FA, honor y gloria para todos ellos) me comentaba que estaba todo indignado porque ¡no le dejaban fumar en el avión! :-DDDDD.


La verdad es que es un putadón, ya que allí no puede fumar en ningún lado. ¡Ni siquiera en el partido! Yo, al final, me pasé la prohibición por los cojones. Me encanta ser superespetuoso con estos temas, pero por ver un partido del Atleti sin fumar, si que no paso, señores. Afortunadamente, los Steward pasaron de mi o se hicieron el tonto, lo que más rabia os dé. Pero yo, fumar, fumé. Vaya que si fumé.

We are Supporters Atlético de Madrid.


Sé que este comentario no va a gustar a mucha peña, pero me la suda. Ayer demostramos que en muchos momentos logramos enmudecer Anfield. Ahí queda eso. El nivel de animación fue sencillamente impresionante (a mi me duele cantidad la garganta todavía, de hecho). Todos fuimos un solo corazón, latiendo el de todos juntos de forma completamente armónica y acompasada con un solo propósito, que nuestro himno y nuestos cánticos sonasen con más fuerza y nitidez que nunca. Y lo conseguimos, vaya que si lo conseguimos. Me quedo con la imagen final de los hinchas del Liverpool, al finalizar el partido, haciéndonos reverencias todos por nuestro comportamiento y aplaudiéndonos a rabiar. Hasta los más atrevidos se lanzaron a gritarnos “¡ATLETI ATLETI!”. El broche de oro a un día sencillamente inolvidable.


Dicen que un jugador de fútbol no es un tío completo si no ha jugado un partido en Anfield. Pues lo podríamos prolongar perfectamente a un hincha o seguidor de fútbol. Afortunadamente, los Atléticos nos doctoramos el pasado miércoles. Y si a nivel deportivo la cosa fue más bien ni fu ni fá (aunque aún estamos invictos en la competición), a nivel emocional y de afición fuimos de Cum Laude. Decidamente, uno de mis sueños se ha visto hecho realidad. Y dicen que por estas cosas vale la pena vivir, ¿No? Pues vivamos y sigamos orgullosos de ser Atléticos. Por mucho que Aguirre no nos entienda, que Platini nos putee o que cada partido sea una prueba todavía aún más dura que el anterior. Ingenuos. Jamás podrán con nosotros. El sentimiento Atlético es sencillamente indestructrible, infranqueable. Muchos nos han visto nacer, nadie nos verá nunca morir. ¡FORZA ATLETI!





Los jugadores y los periodistas





(Relato de Jesús Doggy, el periodista de El Rojo y el Blanco. Originalmente, se llamaba El día en el que Gerrard se tiró a la piscina)

“¡Dale, canallón! Todavía estamos festejando, ja ja ja... ¡Como os rompimos el orto!” Maxi Rodríguez me sonríe, socarrón. Son las diez menos cuarto de la mañana y estamos en la T-3 del madrileño aeropuerto de Barajas rememorando el clásico rosarino que, la noche anterior, ha ganado Ñuls con un gol de penalty de Schiavi. El pueblo canalla sigue en su particular paseo por el abismo, con el equipo penúltimo en la clasificación del Apertura y, de nuevo, cuarto por la cola en la tabla de promedios, cacicada suprema del fútbol argentino que, para impedir que bajen River o Boca, suma los puntos obtenidos en los cinco últimos torneos y los divide por el número de partidos jugados, descendiendo los equipos con peor promedio, que siempre son los chicos.

Pero, en fin, esa es otra historia, mucho más triste, porque la expedición rojiblanca se dispone a tomar un avión rumbo a Liverpool: un viaje soñado. Ya ha llegado el fresquibiris, así que la primera plantilla luce, sobre el traje oficial, una trenca azul marino tres cuartos, como de Gerry y Los Pacificadores, que no podría ser más apropiada para visitar la ribera del Mersey. Esta vez, ante la ausencia de Ujfalusi y del griego delicado, nadie lee, porque Johnny va muy concentrado con su ipod, aunque dudo mucho que esté escuchando el “I like it” o el “How do you do it?”. Hay algún problema con la tarjeta de embarque del Kun, que llega al avión con cara de muy pocos amigos. Es emocionante, en todo caso, subirse a una nave con un escudo gigante del Atleti y un “Atlético de Madrid 1903” grabado en el fuselaje. Delante, los directivos, con el Presidente Don Tancredo a la cabeza, aunque el grueso de la expedición de chupópteros lo conforma la familia Gil Marín casi al completo y sus absurdos adláteres. Es curioso como se parecen ese hatajo de pijos paletos entre sí, aunque sólo uno de ellos tenga el gesto torvo y la cara torcida, fiel reflejo de su mediocre esencia. A Suso, Susito, Susete no se le ve en todo el viaje, supongo que no habrá ido.

Liverpool nos recibe con un día inopinadamente soleado y con un grupito de ingleses con camisetas del Atlético de Madrid a la espera del autógrafo. Desde el aeropuerto ya se intuye lo que será la ciudad: un folclore turístico de explotación de los Beatles. Hay una estatua de Lennon –de hecho, el aeropuerto se llama John Lennon- y un ridículo submarino amarillo de tamaño natural, suponiendo que las ficciones puedan tener tamaño natural fuera del inconsciente colectivo. El taxista que nos lleva hasta el hotel es del Everton, de hecho el club más popular de la ciudad. “You gotta win” nos dice sonriendo. En esta ocasión, el Atlético ha decidido concentrarse en un hotel distinto al de la canalla de los medios, lo cual es una lástima. Por la tarde entrenan en Anfield. El estadio, como ya se ha dicho, es feo por fuera y bonito por dentro. Por dentro impresiona la pendiente sostenida de The Kop y la cercanía del graderío al terreno de juego, pero también parece un estadio pequeño, no extraña que esté al borde de la jubilación en este fútbol superprofesionalizado y transmutado en negocio global.

En la zona de banquillos, se apretujan el Presidente y su séquito. Sólo un número reducido de personas puede estar allí y el jefe de los Stewards se mosquea terriblemente al ver a la recua de Gilmarines. Al de la Cara Torcida le cae un chorreo importante en perfecto inglés gritado y el dueño del club de nuestros amores se achanta y pide perdón hasta la extenuación, mientras sus hermanos hacen comentarios de pésimo gusto en voz alta. Sobre el césped, Agüero practica feliz de la vida: se pone de portero, hace bromas con los compañeros, amaga con darle una colleja a Javier Aguirre. Ya sabe que va a ser suplente, pero sonríe, como siempre, picarón. Que distinto a su semblante de hace menos de un año en Bolton, cuando casi se vuelve loco al saber que no jugaría de inicio. Quiero valorarlo como un paso más en su buena evolución. El técnico mejicano, en rueda de prensa, está sumamente tenso: va a enfrentarse a su archienemigo, el gordo camarero español que dirige al Liverpool y mide sus palabras. “¿Tiene el equipo decidido?”. “Tengo muy claro que once jugadores van a saltar de inicio, pero prefiero no decirlo”. La organización de la rueda de prensa es nefasta, más propia de aficionados que de profesionales de esto, quede constancia para que luego no se diga. Junto al Vasco, la Señorita Pepis, en cuyo honor hay que decir que habla un inglés más que notable y que no necesita en ningún momento hacer uso del traductor, que, por lo demás, es un cachondo de cuidado.

De regreso al hotel, mientras la canalla prepara sus bochornosos planes nocturnos habituales, me topo con Roberto Solozábal que, curiosamente, aparenta una forma física incluso mejor que cuando era futbolista profesional. Ahora vive a caballo entre Madrid e Ibiza, pero ha ido a Liverpool a ver el partido con dos amigotes que, sin duda, les sonarán: Alfredo Santaelena y Gabriel Moya. El centro de Liverpool está trufado de “presuntos” lugares santos para el nostálgico beatlemaníaco, pero no es más que una mera añagaza para atraer turistas. Hay dos o tres The Cavern en la misma calle, aunque el auténtico The Cavern fuera demolido allá por 1972. Es la noche antes del partido, pero ya se nota ambiente atlético en la ciudad y es emocionante pasar junto a un pub céntrico y sentir como atruena el “Vamos dale Atleti”...


El martes amanece nublado sobre Liverpool y, desde primera hora, la ciudad es un hervidero de camisetas y bufandas rojiblancas. En la tienda oficial del Liverpool, en pleno centro, decenas de aficionados colchoneros compran recuerdos de Fernando Torres. Huelga decir que La Máquina es un ídolo absoluto para los reds y nosotros conocemos sobradamente las razones. Saliendo de la tienda un “¡¡¡Uruguayo, uruguayo, uruguayo!!!” retumba en la plaza. Diego Forlán, acompañado por Maniche, Coupet, Sinama y Perea, está rodeado de colchoneros. Por la calle adyacente aparecen Camacho, Miguelito, Raúl García, Antonio López y la Señorita Pepis: tardarán casi media hora en cruzar la plaza, porque cada medio metro tienen que hacerse una foto. “¡¡Miguel, Miguel, Miguel de las Cueeeeevas!!”. El chaval sonríe. Cinco horas después, será el descarte de Aguirre y verá el partido desde el palco. Por doquier, hermanamiento de hinchadas y miradas torvas de los supporters del Everton, The People’s Club. La estatua de Lennon en Mathew Street es ataviada, una y otra vez, con bufandas rojiblancas.

El autobús de la prensa se dirige a Anfield. El autobús de los cuchillos largos: desde la mañana se ha extendido el rum rum de que el Kun no será titular. “Voy a matar al mejicano”. “A Aguirre lo crujo”. “Le voy a machacar”. Todos los que esperan saldar cuentas con el Vasco, nada dócil con los caprichitos de los medios, especialmente con los radiofónicos, están felices, ya tienen munición para cargar sus traicioneras recortadas. En Anfield, afortunadamente, no reparten el “Forza Atleti”, sino que cobran tres pounds por el “This is Anfield”. Me ahorraré las comparaciones que, en este caso, más que odiosas, serían grotescas. La tribuna de prensa está en el sitio ideal: a media altura y en el centro del campo. Me toca al lado del traductor, repito, un cachondo de cuidado. Ya se ha dicho, pero es que es cierto: el “You’ll never walk alone” pone los pelos de punta. Y da un poquito de alipori que el cerril medio centenar de siempre intente estropearlo, confundiendo rivalidad con falta de educación. También es cierto, tal vez por la acústica, que cuando ruge The Kop no se oye otra cosa en el estadio. Y eso no quita para que la afición atlética de una auténtica lección de aliento a sus colores. “Es impresionante” me dice el traductor. Sonrío y pateo por lo bajini mientras atruena eso de “El equipo campeón, los mejores porque sí”. Aguirre se muerde los puños en el palco, mientras el fat spanish waiter se desespera, totalmente superado, en la zona técnica. El baño táctico del mejicano es absoluto. Maxi mete un golazo que nace en un centro largo sensacional de Johnny adornado por un control a lo Zidane con la derecha de un Antonio López que, minuto a minuto, da silenciosas lecciones a un griego desahogado. El Atleti no cierra el partido en dos contras de manual cortadas con mano dentro del área que un bombero sueco no ve. Tampoco ve, en el 93’45” de partido, un penalty que no es tal, pero se fía de un linier malhadado y pita pena máxima para después freírnos a tarjetas. Incluso al pobre Kun por sacar de centro tirando a puerta. Un auténtico disparate. No tan bochornoso, en todo caso, que el caos en el Aeropuerto Internacional John Lennon, en el que tres mil aficionados españoles son tratados como ganado. Infame.


Detalles de un gran día

(Parte de una entrada del Nóbel Carlos Fuentes en el Rojo y el Blanco, oigan)

Anfield. Tenía uno muchas ganas de ver un partido en Anfield y si le hubieran preguntado a uno por alguna de las cosas que más ilusión le harían en la vida sería cantar un gol del Atleti desde The Kop. El que suscribe vio el partido desde la zona local, desde uno de los corners de The Kop, lejos de los suyos. Por extraño que le pueda parecer a alguno, se alegra infinitamente de haberlo hecho desde esa perspectiva.

De Anfield, que es feo por fuera pero bonito por dentro como los kiwis, ya habrán oído hablar bastante estos días. Que si es un estadio mítico, que si se respira fútbol, que si el arco en el que pone This is Anfield, que si The Kop. Esta admiración general puso nerviosos a algunos, partidarios de rebajar el nivel de azúcar en las relaciones entre las dos hinchadas hasta un nivel que no pusiera a la nuestra al borde del coma diabético. Tras lo vivido en Madrid y ahora tras lo vivido en Liverpool se suceden tanto las declaraciones de amor incondicional hacia los reds como las muestras de rechazo hacia una supuesta histeria de fan beatlemaníaco a todo lo que huela a LFC, que lleva a parte de la afición a echarle en cara a la otra media que no se comporten como quinceañeras y se hagan del Everton. Ambas posturas nos parecen bien, como no podría ser de otra manera; eso sí, los que intentamos evitar una concepción maniquea de todo lo que pasa nos limitamos a valorar nuestras propias experiencias, que en el caso del que suscribe no tienen mucho que ver con ninguna de las anteriores.

Desde la llegada a Liverpool uno notó en la gente algo que, como saben, se aprecia especialmente en estos textos: la educación. Educación espontánea y normal, de las de antes, de la que se encuentra poco ya. Los camareros de los pubs, los hinchas locales antes y después del partido, los tenderos del Everton, los taxistas y los pasajeros del autobús compartían en todo caso las ganas de ayudar, de agradar y de hacerle sentir cómodo al visitante, al menos al que suscribe. No hablamos de abrazos rompecostillas ni de regalos conmemorativos ni de invitaciones a pasar las próximas vacaciones con ellos en Playa del Inglés, sino de simple educación, de gracias y porfavores y desdeluegos y de ¿vienen Vds al fútbol verdad? si es así, este es su autobús, yo les avisaré de la parada, disfruten del partido y tengan un buen viaje de vuelta. Uno, que es un antiguo, vive estas cosas con la inocencia del que vive en un sitio donde esto ya no se estila y agradece especialmente esta concatenación de pequeños detalles que le hacen a uno sentirse cómodo y agradecido. Cómodo y agradecido, no menos cómodo que en otro sitio o menos agradecido de lo que ellos deberían sentirse. Cómodo y agradecido, muy cómodo y muy agradecido, sin comparaciones, tan cómodo y agradecido como en otros sitios también, sí, tanto como debería ser siempre, siempre.

Los alrededores de Anfield bullen antes del partido entre coches y colas en los pubs y el horroroso olor de los puestos ambulantes de hamburguesas y patatas fritas, pasos de la Cofradía Británica del Alto Colesterol. En los pubs cercanos, repletos de bufandas y fotos de los héroes locales, no hay quién entre y quien lo hace nota cómo se le empañan las gafas y se le nubla la vista por el malsano aire del interior. Cumplido el rito de la pinta previa, uno entra al estadio pasando antes por el memorial a las víctimas de Hillsborough, un rincón en silencio en medio del follón lleno de velas y papeles con oraciones en el que gusta ver que algún compañero de viaje ha dejado escudos del Atleti y alguna bufanda, el homenaje del que llega al aficionado local que lo está pasando mal, un detalle bonito, otro más..

Situado a la izquierda de The Kop, a uno le llama la atención la mezcla de gente de la grada. Gente de todo tipo, mayores y jóvenes, señoras con bolso y ancianos venerables, muchos indios y pakistaníes, quizás menos de otros grupos étnicos; hinchas locales con poco pelo, tipos en camiseta y otros muy abrigados, también alguno con los emblemas que adornan el Calderón. Gente normal, así, para abreviar, en una grada inmensa que llega desde el campo hasta el extremo más alto del estadio, una única grada gigantesca llena hasta los topes de gente que ve el partido en pie, sin sentarse, de pie por voluntad propia. Acabado el partido llama la atención la impresión que tiene el aficionado atlético, situado en el otro extremo del campo, tras la otra portería. Desde allí no se oye a The Kop, te dicen, sólo se nos ha oído a nosotros, menudo baño de animación les hemos dado.

Uno, que no concibe todo como una competición y no se para continuamente a pensar quién es mejor que quién sino que prefiere alegrarse de que haya tantas cosas distintas, cuenta lo que vivió: y lo que vivió es que The Kop canta y canta, canta al unísono y canta continuamente, canta fuerte como un trueno y entonado como un coro, canta muchas canciones distintas y complicadas, canta más que grita porque canta con mimo y con gusto. Cantan los niños y los enormes scousers en manga corta, cantan las señoras con bolso y los elegantes sikhs con su turbante, cantan cuidando cada canción, cantan todos y cuando cantan You´ll never walk alone hay que ser un tipo muy duro (de oído) para que no se le pongan a uno los pelos de punta.

Llama también la atención en la grada lo mismo que en la ciudad. El vecino de localidad te saluda al empezar y te da la mano al irse, comenta las jugadas y pregunta si lo has pasado bien. Cuando el que suscribe junto con otros tres o cuatro grita el gol de Maxi en medio de la grada rival, los de alrededor te miran tranquilos, y si hablas con ellos te dicen que celebres sin problema los goles de los tuyos, que para eso se viene al fútbol. Cuando el árbitro pita penalti y el Liverpool empata gritan gol como posesos, e inmediatamente después se giran y te dicen no fue penalti, qué malo es el árbitro, pensamos que el resultado fue justo pero no lo fue la forma en que se produjo. Antes preguntan por Luis García, alaban a Torres, se interesan por lo que ocurrió contra el Marsella y se asombran cuando les cuentas que el tío de Luquitas Leiva fue el ídolo de tu niñez. Saben de fútbol, saben de gradas, saben de seguir a su equipo y de representar a su afición en otros sitios. Hablan de respeto y de confianza, de hospitalidad y de agradecimiento. Te hablan de lo bien que lo pasaron cuando fueron a Madrid, te cuentan que hubo un partido entre aficionados en la víspera que acabó con paliza local y montones de pintas pagadas a medias, te cuentan las ganas que tenían de que vinieran los aficionados del Atleti para devolverles la hospitalidad e intentar que pasaran un buen rato. Y hablan, naturalmente, de Torres, y lo hacen con devoción, con la misma devoción con la que la ciudad está empapelada con su foto y se canta su canción y ondea en medio de The Kop una bandera con su imagen, junto con la de los grandes de su historia. Y ante tanta devoción se pregunta uno si aquí le tratamos igual en su momento, si no es normal que el Niño se encuentre tan a gusto en su sitio actual.

Detalles. Dos últimos detalles que reseñar. El primero, la increíble ovación a Luis García nada más salir a calentar, tan asombrosa como el recibimiento unos minutos después cuando salta al campo, con todo el estadio de pie aplaudiendo los compases de esa canción que habla de su afición a la sangría. El segundo, la preciosa ovación al portero y equipo rival en el segundo tiempo, cuando se sitúan en la portería que queda bajo The Kop. Con cero a uno, con muchos problemas por delante, la afición local ovaciona al equipo rival que puede amargarles la noche, homenajean al los jugadores rivales, que se giran a aplaudirles con cara de no entender nada. El vecino de localidad te explica que siempre lo hacen, salvo al Everton y al Manchester United, y lo dice con una naturalidad que a uno le hace callarse un rato.

Estos detalles, junto con algún otro, le hacen a uno sentir una admiración sincera no ya hacia una afición concreta, sino hacia una forma de entender las cosas, las rivalidades, el deporte. Y es que uno, que es de escuela rugbística y chapado a la antigua, echa de menos que estas cosas no se vivan con más frecuencia. Y no cree que caiga en servilismos y ni histerias de quinceañera por apreciar en otros lo que nos falta a nosotros, o por responder con la caballerosidad de la que uno sea capaz a la caballerosidad de otros. Pero esto, ya lo saben Vds, no es fácil de explicar cuando estamos en casa. Y es una pena, oigan.











































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