sábado, 23 de mayo de 2009

El filósofo y el balón

No habla de Torres, Liverpool o el Atleti (bueno, sí, aunque no los nombre), pero no he podido resistirme a postearlo. Tanto con lo del "opio del pueblo", y resulta que hasta Camus, que fue portero, gritaba con los goles de la Selección Francesa.

¿Por qué seduce el fútbol?

Piergiorgio M. Sandri, en La Vanguardia.

El próximo miércoles tendrá lugar la esperada final de la Liga de Campeones entre el Barcelona y el Manchester United, uno de los momentos deportivos más álgidos del año, que atrae a millones de espectadores en todo el mundo. Una pasión que trasciende los aspectos meramente deportivos y relacionados con la competición. "El fútbol es sobre todo una gran aventura psicológica colectiva que involucra a directivos, técnicos, jugadores y aficionados", declaraba en una reciente entrevista el entrenador del Liverpool, Rafa Benítez. La historia demuestra que este juego es mucho más que un deporte corriente: arrastra a las masas y hasta puede llegar a convertirse en asunto de Estado. A continuación vamos a tratar de responder a una pregunta aparentemente sencilla pero que tiene respuestas múltiples y complejas. ¿Por qué nos gusta el fútbol?

Porque es fácil, sencillo y asequible a la mayoría. Pensemos un poco en otras disciplinas deportivas: para jugar al tenis se precisa una cancha y una raqueta; para navegar un barco y el mar; para la fórmula uno, un coche y un circuito; para el baloncesto una cancha específica con una canasta… En el fútbol lo que es imprescindible es una pelota y ya está. A veces incluso ni eso…. una piña, una lata, una botella, una naranja… Por supuesto, los mejores partidos son los que se juegan en un césped muy cuidado, pero basta un terreno cualquiera y un poco de ganas para montar un partido. Y en ausencia de porterías, un bolso o unas prendas tiradas en el suelo pueden ser un buen sustituto. Johan Cruyff, en su libro 'Me gusta el fútbol' (ed. RBA), cuenta que en un partido en Amsterdam para niños a se quedaron a última hora sin porterías a causa de un problema de organización, "hasta que alguien tuvo la idea de colocar dos camiones de bomberos como postes. Pues eso: cuántos niños han usado alguna vez en su vida mochilas, abrigos o piedras para este fin. Este detalle, igual que otros, nos demuestra que no siempre es necesario tener todos los elementos y que hay que suplir a las carencias con imaginación e ilusión". La sencillez del fútbol se refleja también en sus reglas, muy esenciales si se comparan con otros deportes (no hace falta conocer ningún reglamento al detalle y lo único más complejo es el fuera de juego, que se practica sólo en la alta competición). Eso facilita la comprensión y el desarrollo del partido. Asimismo, es una disciplina accesible a cualquiera. El coste del equipo es limitado y está prácticamente al alcance de cualquier bolsillo.

Porque es imprevisible y no tiene lógica. En muchas disciplinas deportivas suele ganar el mejor. En el atletismo, por ejemplo, el vencedor de una carrera será el que acabe el recorrido de la pista en el menor tiempo y punto. Pero en el fútbol no es así. Su juego es muy variable. Ofrece una gran cantidad de alternativas tácticas, planteamientos, filosofías de juego, aunque los jugadores siempre tienen una gran autonomía en el momento de tomar la decisión sobre el terreno. Resultado: por mucha teoría que se pretenda aplicar, la realidad es que puede ganar un equipo con un solo remate a puerta (y si no, pregúntenle a Iniesta ante el partido con el Chelsea). En este sentido, es un juego que puede llegar a ser injusto y cruel para quien pierde. "Cualquier partido, desde el que juegan los niños en un descampado hasta el de profesionales en un estadio, tiene una complejidad shakespeariana. Tiene la virtud de convertirse en un espectáculo dramático", dice Jorge Valdano, ex futbolista, entrenador y director deportivo. "Hay muchos elementos que influyen en el resultado, el árbitro, el terreno de juego, el azar. El fútbol no tiene lógica, por lo menos a corto plazo", sostiene. Los más cientí-ficos podrían hasta intentar resumir el fútbol en una fórmula matemática: Resultado= rendimiento equipo propio-rendimiento equipo contrario +/-factor suerte. Pero los números en este juego no funcionan. Cruyff cita el ejemplo del mítico atacante brasileño Romario: "No se puede aplicar la estadística al fútbol. Inténtelo con Romario: tocaba pocas pelotas en el partido, pero dos de ellas eran gol. Estadísticamente, un desastre. Futbolísticamente, un genio".

Porque fomenta la pertenencia (y la propaganda). Los dictadores lo saben bien: una victoria de la selección constituye un vehículo de propaganda. Fue así en la Italia de Mussolini y en la Argentina de Videla, ambas selecciones campeonas del mundo durante esta dolorosa etapa. Pero el fútbol también fomenta el sentimiento de pertenencia de forma positiva. Eduardo Galeano, en su libro 'El fútbol a sol y sombra' (ed. SigloXXI), vincula la práctica de este deporte con la construcción de la identidad. "Juego, luego soy: el estilo de juego es un modo de ser, que revela el perfil propio de cada comunidad social y afirma su derecho a la diferencia.". En su opinión, el fútbol contribuye a imprimir un determinado carácter a la sociedad. "La camiseta se ha convertido en el más indudable símbolo de identidad colectiva y no sólo en los países pobres o pequeños, que dependen del fútbol para figurar en el mapa", sostiene. Esto explica por qué somos de un equipo no necesariamente porque gana, sino porque es el nuestro. Dani Farrerons, presidente de la peña españolista de Sitges, este año ha sufrido por los resultados de su equipo. Pero pese a ello, no tira la toalla. Es una de las magias del fútbol. "Ser aficionado es como ser miembro de una familia: ésta a veces te da alegrías, otras disgustos. Pero tu apoyo es un compromiso, no le puedes fallar al club porque es algo tuyo. Te compensa el hecho de pertenecer a una entidad, porque formas una unión con masa social, jugadores, directivos, aficionados", cuenta Farrerons.

Porque defiende lo local, Stephen Redhead, profesor de deportes y cultura de los medios en la Universidad de Brighton, en el Reino Unido, asigna al fútbol un papel esencial en la custodia de las raíces. "Este juego todavía representa un baluarte de la cultura tradicional, la que está vinculada al territorio, al orgullo local, a la historia…. todos elementos que están desapareciendo rápidamente en la globalización económica de las naciones desarrolladas", afirma en una entrevista a ES. "De alguna manera, ir con un equipo es una manera de mantener el anclaje con el pasado", concluye.

Porque no distingue entre clases sociales. El cantante Melendi tiene un tema titulado 'Me gusta el fútbol' cuya letra dice: "No es cosa de niños, no es cosa de viejos/ el depor de reyes, corazón de obrero". Pues es un poco así. Durante el partido desaparecen todas las diferencias de estatus y de papel social porque todos se ven los unos a los otros únicamente como hinchas de un equipo de fútbol. Por ejemplo, durante la edición de los Mundiales de Corea, en la empresa italiana Pirelli cerca de Milán se paró la producción durante noventa minutos y se instalaron maxipantallas en la planta industrial para que directivos y obreros se sentaran todos juntos a ver el partido de la selección. De hecho, las jerarquías en una peña futbolística no coinciden con las sociales. El obrero puede fácilmente convertirse en un líder carismático incluso por encima de personas que ocupan un papel social en la vida diaria mucho más importante.

Porque no discrimina el físico. Otro aspecto democrático del fútbol es que no se necesita un físico especial para practicarlo, como ser alto en el baloncesto, más bajito en la fórmula uno, con fuerte musculación en la halterofilia, con flexibilidad muscular en la gimnasia. No hace falta ser un superhombre para ser futbolista. En la historia hay muchos ejemplos, Garrincha era medio cojo, Messi es bajito, Ronaldo con tendencia a engordar.... Y sin embargo, basta con tener alguna cualidad física o técnica y saberla explotar para conseguir el éxito.

Porque es bello. No siempre, claro. Pero una jugada de un crack puede llegar a representar una obra de arte estética. Maradona, Pelé, Di Stefano… sólo por mencionar a algunos, han demostrado con sus cualidades que la belleza forma parte del fútbol. Es algo que no es exclusivo de jugadores, sino de los clubs o las selecciones. La llamada 'naranja mecánica' de Holanda en los años setenta, el mítico Milán de Arrigo Sacchi en los noventa o el Manchester United de sir Alex Ferguson han contribuido a fortalecer en el imaginario colectivo esta imagen artística del fútbol. El filósofo Edgar Morin también se ha rendido ante la belleza de este deporte: "No veo el fútbol como una forma de alienación moderna, lo siento más bien como una poesía colectiva", afirmó.

Porque no hace falta jugar para participar. Es otra de las consecuencias de la masificación del fútbol. Cuanto más popular es un deporte, más se extiende por el mundo y en múltiples formatos. Es como un círculo virtuoso. Así, todo lo que gira alrededor del fútbol contribuye a fomentar su interés: desde vestir una camiseta como prenda de tendencias hasta intercambiar fotos de jugadores en los álbumes Panini, pasando por un torneo Fifa de PlayStation, hay muchas formas de disfrutar del juego sin tener que ponerse las botas.

Porque crea héroes (mediáticos). Cualquier persona que haya jugado al fútbol ha representado, durante esos noventa minutos, algo: su barrio, su colegio. "Ser futbolista implica tener una gran responsabilidad social. Es un modelo para mucha gente y, además, representa unos colores y una afición", escribe Cruyff. Pues la reciente mediatización de este deporte ha acentuado este aspecto. Cada persona necesita reconocerse en alguna figura, en un héroe, en el que proyectar sus sueños, sus esperanzas de riqueza, influencia, poder, pendientes de llevarse a cabo. El futbolista, en este sentido, es la figura ideal. Y si el protagonista de esta proyección es alguien que sin apenas recursos y de orígen humilde consigue convertirse en millonario, entonces el mensaje mediático es aún más impactante: cada persona puede conseguirlo, incluso sin tener estudios. Para Valdano, "el fútbol es el reflejo de la época en la que vivimos, de infantilización de la sociedad. La imagen está en el centro y el fútbol no ha hecho otra cosa que adaptarse a eso".

Porque enseña valores. Se practica el fútbol en cualquier condición climática, por muy dura que sea: existe una dimensión épica en este juego. El fútbol transmite ciertos valores inherentes a la competición, como la superación, el esfuerzo, el sacrificio. Incluso algunos intelectuales han reconocido estos aspectos. El político Antonio Gramsci lo exaltó como "el reino de la lealtad humana ejercida al aire libre". El escritor Albert Camus, que en su juventud jugó como portero, escribió: "todo lo que sé sobre moral se lo debo al fútbol". El profesor de la Universidad de Buenos Aires Pablo Alabarces, considerado uno de los fundadores de la sociología del deporte en Latinoamérica, declaró en una entrevista a ES que "los equipos de fútbol funcionan como una metáfora de la sociedad industrial, al reproducir la división del trabajo. Hay quien se encarga de defender y de atacar y jugar colectivamente. Porque hasta los grande héroes deportivos han sido a la vez grandes individualistas y grandes jugadores de equipo". El fútbol, de alguna manera, es el espejo de la vida real.

Porque forma parte de nuestro pasado. El fútbol permite sacar a relucir la faceta lúdica del ser humano, la de un niño. En la infancia, construimos un mundo simbólico que nos queda para siempre. Y el fútbol forma parte de él. "Este deporte tiene algo muy importante: historia. Forma parte de la socialización del ser humano: con el fútbol hemos aprendido a ganar, a perder, a disfrutar con los demás. Asociamos partidos a recuerdos de nuestras vidas y a nuestro sistema cognitivo", recuerda Llopis. El mismo Camus reconoció que "no hay un lugar de mayor felicidad humana que un estadio lleno de fútbol". La escritora francesa Françoise Sagan vincula este deporte a sentimientos muy profundos y vivos. "El fútbol me recuerda viejos e intensos amores, porque en ningún otro lugar como en el estadio se puede querer y odiar tanto a alguien". Un periodista preguntó una vez a la teóloga alemana Dorothee Sölle: "¿Cómo explicaría usted a un niño lo que es la felicidad?". "No se lo explicaría -respondió-. Le tiraría una pelota para que jugara".

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