sábado, 8 de agosto de 2009

Lo que un fichaje deja atrás

Por Tapadillo

Los diarios se frotan las manos con los fichajes. Son como los bodorrios en las revistas del corazón. Traspasos polémicos, fastuosos, grandilocuentes, morbosos... que despiertan ilusiones, expectación, indignación... y enganchan a la gente como un culebrón. Siempre los presentan desde el punto de vista del club comprador, generalmente un equipo rico y poderoso, que se hace con los servicios de una gran estrella. Y sus reportajes van dirigidos a los aficionados, a los que se les hace la boca agua con el nuevo juguetito, imaginando las noches de gloria y títulos que les esperan. Casi nunca se fijan en la otra parte, en lo que ese fichaje deja atrás.

El Liverpool sabe ahora lo que sintieron los atléticos hace dos años. Los mismos niños con pancartas, pidiéndole a su ídolo que se quedara. Los mismos cánticos en las gradas y en las calles, clamando con orgullo que su estrella no está en venta. La misma angustia al encender el televisor o ir al kiosko; el pánico a ver su rostro sobre otra camiseta, en una portada triunfalista del Marca. Esa sensación de vacío al tener que seguir adelante, hacer planes, reconstruir ilusiones, con otros nombres y otras caras, que en principio no te dicen nada. Soñar con títulos, sabiendo que no estará ahí para levantar el trofeo. Y esto es especialmente duro, cuando ni siquiera te queda el recuerdo de tu ídolo haciendo campeón a tu equipo. Aceptar que a partir de ese momento no podremos navegar en el mismo barco, ya que, si alguna vez vuelve al estadio, será como enemigo. Ver vídeos y fotos suyas con la camiseta de tu equipo, recordar noches de emoción y orgullo, asumiendo que todo eso es ya sólo un recuerdo. Y ya sabemos lo rápido que el fútbol devora los recuerdos.

Esa mezcla de tristeza y rabia que hace enfrentarse a los aficionados. Ese sentimiento de humillación, al ver que los jugadores prefieren otros equipos al tuyo, porque los ven más grandes y campeones. Ese rencor hacia el club comprador, que alimenta sus ambiciones (y sus caprichos) cortando los proyectos y las ilusiones de clubes más pobres. Ver cómo el nuevo equipo, con las celebraciones por el nuevo fichaje, nos restriega en la cara lo que hemos perdido. Esa sensación de que tu ídolo se marchó por la puerta de atrás y de malos modos (porque en el fondo, todo lo que no sea retirada con partido homenaje, es una cosa o la otra). Esas horas dando vueltas al asunto, dudando entre la admiración y la rabia contra ese jugador, que parece indiferente a todo esto.

Adiós, el recuerdo, los millones, y nada más.

Es duro perder a los buenos jugadores, a uno de los mejores del mundo en su puesto; especialmente, cuando era uno de los más queridos de la plantilla. Duele recordar cómo hace un año, los aficionados reds se opusieron en redondo al traspaso de Xabi, afirmando con orgullo que Barry no llegaba a la suela de los zapatos de “su” Maestro Alonso. Me cuesta encender la tele, y ver a los madridistas presumir de que su orquesta tocará a Beethoven a partir de ahora, con la incertidumbre de no saber si la nuestra volverá a sonar tan armoniosa y potente. Fue uno de los primeros fichajes de la era Benítez; y uno de los principales responsables de que el Liverpool olvidara sus años tristes, convirtiéndose en un equipo poderoso y temido. Junto a Gerrard y Mascherano, formó uno de los centros de campo más majestuosos de Europa, aportando la inteligencia y el toque de los españoles. Participó en momentos tan legendarios, como la final de Estambul, la FA Cup, el 1-4 en Old Trafford, y chorreos a gigantes de Europa varios. Quizás, su leyenda se vea ensombrecida por la manera en la que se ha marchado: presionando al club con una Transfer Request, a dos semanas de la Premier, y después de haber dado ilusiones a los aficionados con su silencio. ¿Tan desesperado estaba por marcharse? Pero lo más triste es pensar que, de no haber terciado el asunto Barry, quizás se hubiera pensado dos veces lo del Real Madrid. No hay nada que hiera más el amor propio de un futbolista, que ser tratado como una moneda de cambio.

El adiós de Xabi nos ha hecho olvidar que, este fin de semana, Torres se enfrentará a un equipo y una afición en la que despertó emociones muy parecidas. Pero, desde luego, la herida fue mucho más profunda. Torres era la única estrella que el Atleti había conocido en seis años, en medio de un trasiego continuo de entrenadores y jugadores. Además, era el símbolo del club y su historia: el canterano comprometido con los colores, el capitán que se dejaba el alma en los partidos, el referente de los aficionados en el campo. Con su marcha, los atléticos cayeron en la cuenta de que el club había dejado de ser un grande. Y la sensación de vacío, de que el capitán abandonaba su barco a la deriva, fue absoluta.

Su decisión fue más fácil de entender. Xabi había sido campeón con el Liverpool, había vivido noches de gloria en Anfield, era valorado y reconocido en toda Europa. Torres había pasado años rechazando ofertas de otros equipos, y lo único que consiguió fueron palos y desengaños, viendo cómo se le escapaba hasta la triste Intertoto. Su evolución se había estancado, y los españoles lo despreciaban. No parecía que la situación pudiera mejorar, al menos mientras el club siguiera en las mismas manos. Era de esperar que un día explotase, y eso llegó con el 0-6 del Barcelona. Además, probablemente el club lo deseaba vender, y eso no le haría más gracia que a Xabi.

Torres fue transparente de cara al club. Según la versión oficial, acudió a la oficina de Gilote II para pedir el traspaso, con tiempo suficiente para que el club invirtiera el adelanto por el Calderón, en un equipo que cubriese su hueco. Hasta tuvo el detalle de organizar una rueda de prensa, para explicarse y despedirse de los aficionados. Sin embargo, lo que más cabe reprocharle, fue quizás esa falta de transparencia con ellos; lo que más sigue doliendo, es ese doble discurso que cambia según las circunstancias. ¿Por qué nos repitió hasta el final que su felicidad pasaba por triunfar en el Atleti, cuando llevaba ya tiempo pensando en marcharse, según él? ¿Por qué ahora insiste en que la oferta de Benítez era la oportunidad que siempre había estado esperando, y que ni siquiera se lo pensó al recibirla?

Cuando surgieron aquellas noticias, todos pensamos que el club le había abierto las puertas y le había dado un empujón. Por eso, no supimos cómo reaccionar cuando Matallanas reveló que el mismo Torres había pedido el traspaso. Se nos cayó el alma al suelo; como cuando Xabi echó mano de la Transfer Request. Y algunas de sus declaraciones posteriores, en las que parecía tan distante del Atleti, tampoco ayudaron demasiado. Por alguna razón, aquella historia se rodeó de nubes de humo; y los representantes de Torres nos confunden aún más, cambiando de versión según las circunstancias. ¿Fue Torres el que pidió que le vendieran, o el acuerdo entre clubes se cerró a sus espaldas?

Esa herida sigue escociendo. Han pasado dos años, y los atléticos todavía se enfrentan cuando escuchan su nombre. Los hay que se sienten orgullosos de sus goles y sus éxitos, como si fueran algo todavía suyo; y hay otros, que festejan y se ensañan con cada una de sus derrotas. Una parte presume de que ya nadie se acuerda del Niño, y de que no tendría sitio en el Atlético actual; y algunos miden la autenticidad de nuestro alteticismo, por la indiferencia que sintamos hacia "un señor que ya no juega en el Atleti" (ni qué decir tiene que las camisetas del 9 del Liverpool en el Calderón, se consideran un insulto a la historia del club). Pero todos esos sentimientos encontrados, que se habían calmado con el tiempo, se avivarán cuando los dos equipos tengan que enfrentarse. Las lesiones, quizá la Providencia, nos ahorraron el choque de ver a Torres atacando la portería que tantas veces había defendido antes. Pero esta tarde ya ho habra excusas. ¿Cuáles serán nuestras sensaciones?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, Tapadillo. Enhorabuena por el artículo. Me parece de lo mejor que he leído en mucho tiempo sobre lo que realmente significa un traspaso, los intereses en juego, las tristezas de quienes se ven despojados de su ídolo. Es el tipo de artículo que nunca leerá nadie en la prensa deportiva, porque nunca será escrito. Una pena.
En cuanto a ir al Calderón con la camiseta del 9 del Liverpool estoy con quienes le parece insultante. Se me antoja una cosa como de equipo de segunda B.
Por cierto, me gustaría colaborar esporádicamente con alguna cosa.
Un saludo
Max Valle