Una sola temporada sobre
el césped, encima en Segunda, y otras dos más en la enfermería descartan que
Juan Gómez ingrese en el santoral de los aficionados del Atlético. Sin embargo,
sí pasará a la posteridad y con letras mayúsculas. Y todo por un gesto, quizás
inadvertido, de enorme carga simbólica. Un gesto inmortalizado ya a través de
una camiseta que cuelga del salón deportivo de la casa de Juan Gómez, junto a
otras de Maradona, Ronaldo, Rivaldo, Raúl.... Es de la selección española y
lleva escrita unas letras de Fernando Torres: "Al fenómeno de Juan Gómez,
por confiar en mí cuando nadie lo hizo".
El
Niño se refiere en su dedicatoria al día de su debú en el Calderón. Los
dirigentes del club habían forzado la presencia de Torres en el primer equipo
para calmar a los aficionados y el chaval había sido recibido por la plantilla
con una actitud muy distante. Ante la insistencia de la grada, Cantarero, el
entonces entrenador, accedió a sacar al chico. Pero Fernando Torres no recibía
el balón. Se lo negaban sus compañeros, que jugaban contra sus desmarques, que
no se la pasaban nunca. Hasta que intervino Juan Gómez. Agarró la pelota en la
defensa y la condujo a paso lento pero firme hasta el círculo central, donde
estaba el Niño. Le dejó la pelota en el pie y se volvió. El silencioso mensaje
retumbó: le decía a todos que el chico era uno de los nuestros.
Juan
Gómez todavía lo recuerda: "En el fútbol argentino existen códigos que
aquí en España no hay. Era el debú de un chico de la cantera. El partido estaba
un poco enredado, no le llegaba nunca una pelota limpia, no la tocaba.
Simplemente me dije, para que el chico entre en juego y coja confianza, hay que
dársela. Fue así que agarré una pelota, la conduje y la conduje hasta dejársela
en el pie. Una forma de decirle 'bienvenido, ahora estás entre nosotros y sos
uno más'. Darle el bautismo".
Un
gesto que habla de un futbolista de carácter. "Lo mío siempre fue el
carácter y hacer piña. Eso lo mama uno en Argentina desde las divisiones
inferiores. Por eso digo lo de los códigos. Hay cosas. En el vestuario, uno
dice blanco, otro rojo, y eso se muere dentro. Acá, lamentablemente eso no
pasaba".
En
el Atlético -"un club muy argentino: un poco desordenado, con una hinchada
impresionante... Muy especial en todos los sentidos, tanto en lo bueno como en
lo malo"-, a Juan Gómez le tocó muchas veces irse al frente. Dentro del
campo y fuera de él, en el vestuario, cuando toca vérselas con los jefes.
También convaleciente le tocó discutir con los Gil. Y apoyar a sus compañeros.
A ras de césped, junto al banquillo, en el año del ascenso. Y en casa por la
tele -"la gente, de tanto cariño, de tanto 'cómo le va y cuándo vuelve',
terminó por agobiarme"-, el año de Primera.
"Allá
donde jugué", dice Juan Gómez a modo de epitafio futbolístico,
"siempre aporté garra y corazón. Me podrán decir que era malo, mediocre o
bueno, pero no que alguna vez no lo dejé todo en el campo".
José Miguelez para el Pais
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