jueves, 30 de abril de 2015

La personalidad de Torres

Su gol, oro molido para el Atlético

Rumió el error del defensa, se posicionó, arrancó con la potencia de antaño, alargó esa zancada con la que iluminó Viena cuando España conjugaba el verbo fracasar, eludió al portero, recortó con sangre fría, dejó a dos rivales en el suelo y marcó un gol memorable. Uno que puede valer media participación para la Champions. Uno de esos por los que suspiraban las cincuenta mil almas rojiblancas que reventaron el Calderón el día de su regreso.  Fernando José Torres Sanz, hoy con rol de soldado y ayer con papel de estrella, devolvió la sonrisa a su único amor, el Atlético, cuando estaba convaleciente de la cornada en la femoral ante el Madrid. Él, que supo cargar con el escudo y el peso de una institución cuando apenas era un chaval, que fue ídolo en Liverpool, guadianesco en Londres y residual en Milán, que volvió a su hogar gracias a Simeone, gritó el gol con rabia. Con el puño al viento y la furia desatada que concede el haberse vaciado siempre a favor de la causa, en cada entrenamiento, en cada partido, en cada ayuda al compañero, en cada carrera por estéril que fuera.

Su gol lo festejó Simeone, lo cantó Arda, lo celebró el banquillo y lo coreó su afición. Esa que le quiere sin reservas, que le apoya en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza, porque su amor es incondicional, para toda la vida, y va más allá de la muerte, porque ni eso les separará. Marcó Torres uno de esos goles que jamás se olvidan. Uno de esos que saben a gloria bendita, porque son fruto de un trabajo sordo de desgaste, de sudor sin recompensa, de dejarse el alma para beneficiar al colectivo. Marcó Torres un gol de museo. Una obra de arte que permanecerá en su museo particular de tantos plenos en potencia, plasticidad y belleza. Uno de esos que hicieron felices a los atléticos y arrancaron una mueca de desagrado entre los que le niegan el pan y la sal. Marcó Torres para contribuir a la misión con la que vino: ayudar al Atlético en lo que pudiese.

Marcó Fernando y su diana volvió a estimular un viejo debate viciado de cuyo origen uno no quiere acordarse. Torres sí o Torres no. Icono de un escudo o delantero sobrevalorado. Potro del gol o paquete exprés. Con él, los extremos siempre se tocan. O el mejor o el peor, sin término medio. Filias y fobias al poder.  Venerado o cuestionado, genio o zoquete, emblema o desecho de tienta. Anoche Torres, querido y odiado, ponderado y azotado, marcó uno de esos goles que soñaba cuando Víctor Peligros le descubrió para la cantera, calificándole con una puntuación de doce sobre diez.  Torres marcó un gol que vale media participación en Champions. Un gol que, por belleza y trascendencia, ni siquiera sus fiscales más recalcitrantes podrían negarle. Mañana volverá a vivir a caballo entre elogios y críticas, pero anoche, Torres se acostó con una sensación imborrable. La de alguien que persigue su objetivo y que, a base de insistencia y trabajo, lo alcanza. Se llama personalidad. A él le sobra.

Rubén Uría (Eurosport)

1 comentario:

Paula Ch D dijo...

Desgraciadamente para muchos medios un día es un héroe y otro el peor villano del mundo. Afortunadamente Fernando siempre sabe callar bocas de la mejor manera posible: demostrando que es un crak y que siempre ha sido uno de los grandes. Espero que llegue pronto el momento en que no tenga que estar haciendolo continuamente, que en esas personas surja algo llamado CONFIANZA, esa que todos nosotros tenemos en gran medida sobre nuestro niño :)