lunes, 21 de septiembre de 2015

Torres, el obrero del Atlético

Ayer fue estrella y supo serlo. Hoy es obrero y sabe serlo. Una actitud inteligente y positiva. La de alguien que siempre suma.

Nunca fui miembro del club de fans de Fernando José Torres Sanz. De hecho, uno se sintió cuerpo extraño, minoría entre una generación completa de atléticos enamorados de un símbolo eterno, de un icono del arte de vivir en rojo y blanco. Torres, uno di noi. Más que un jugador, un modelo de atlético. Alguien que conoce esa pasión inexplicable de un sentimiento que se transmite, de padres a hijos. Alguien enamorado de la camiseta que defiende. A Torres le adornan múltiples virtudes, pero una destaca por encima de todas: su personalidad. La tuvo con apenas 18 años, obligándose a cargar con el peso muerto de una institución histórica que era un gigante dormido hasta que llegó el Cholo. La tuvo cuando decidió asumir que debía irse para crecer, ganar títulos y alternar goles, fama y fortuna. La tuvo cuando vivió una pertinaz sequía, cuando el precio de su traspaso le persiguió hasta rincones insospechados. La tuvo cuando su tropa de fiscales- que es incluso más numerosa que su club de fans-, le acusó de estar sobrevalorado y ser un piernas. La tuvo cuando asumió que jugaba para ganar títulos y no para contentar oídos. La tuvo cuando los que siempre le han despreciado – mayormente por decir no a ese equipo al que todos dicen sí-, sentenciaron que era un ex jugador, un paquete y un lastre. La tuvo cuando tuvo que escuchar y leer que su regreso era un paso atrás para el Atlético y que ya no tenía nada que ofrecer. La tuvo cuando alternó minutos, suplencia y titularidad con otros delanteros con los que mantuvo una competencia leal, sana y digna, demostrando que es capaz de jugar cada minuto como si fuese el último de su vida.

 Torres, que durante la primera etapa de su carrera abrió bocas y ahora las cierra, siempre ha sabido adaptarse a todo. Ya no es la estrella rutilante de antaño, ni tiene velocidad de Ferrari, ni es la foto de las carpetas de las niñas, ni es un relámpago adolescente en un mundo de hombres. Ahora es un hombre hecho y derecho, un profesional comprometido hasta el tuétano y un señor que asume el rol de soldado que le han encomendado. Alguien que, lejos de conformarse con el papel que le ha tocado en la superproducción atlética, se está atreviendo a reescribir el texto de su guión a base las dos palabras que mejor encajan en el cholismo: sudor y camiseta. Torres está como un avión, ha mejorado su físico, ha progresado en cuanto a su velocidad, aporta su experiencia y conserva intacta su ilusión de juvenil. Hay quien prefiere ignorar la realidad, quien vive enrocado en ese prejuicio crónico que asegura que Torres está sobrevalorado y quien seguirá aplicándole una ley no escrita que contempla que está obligado a hacer el doble que los demás para alcanzar un estatus que a otros se les regala. No importa. En realidad, nunca fue relevante. Torres nunca fue Maradona. Ni Messi. Ni Cristiano. Ni falta que le hace. Torres es Torres


Dice Pedro Simón, que escribe como los ángeles, que el secreto del éxito de Torres es que pertenece a ese selecto club de futbolistas que además de no perder el norte, jamás olvidan su sur. Esa personalidad transmite unos principios fundamentales en la inercia ganadora y positiva de un grupo. Inyecta los valores de un tipo que lo ha ganado absolutamente todo y que, lejos de limpiarse de responsabilidades y refugiarse en su pasado de estrella del fútbol mundial, no sólo ha sabido reciclarse, sino que se ha mantenido en la brecha con una constancia de vértigo y un silencio respetuoso. Lejos del estereotipo de estrella y desde la normalidad más absoluta, en un fútbol convertido en negocio, en una industria que desdeña sentimientos para engordar bolsillos, Torres ha vuelto a reivindicarse con un comportamiento ejemplar. Con gestos, palabras y hechos que ahora no están de moda, pero que obedecen a los códigos más puros del fútbol y la vida: sacrificio, humildad y equipo. Él nunca se ha preguntado qué puede hacer el Atlético por él, sino qué puede hacer él por el Atlético. Ayer fue estrella y supo serlo. Hoy es obrero y sabe serlo. Una actitud inteligente y positiva. La de alguien que siempre suma. Torres es un conjunto vacío para muchos que miran, pero es un tesoro para los pocos que, además de mirar, ven.

 En la maravillosa Una historia del Bronx, el hijo de un obrero italiano discute con su padre acerca de la admiración que profesa por Sonny, el gánster amo y señor del barrio. En mitad de la discusión, el pequeño grita: “Sonny tiene razón. Los obreros son todos unos pringados”. El padre replica: “Se equivoca, no hace falta valor para apretar un gatillo, pero sí para levantarse cada mañana y vivir de tu trabajo. El obrero es el auténtico tipo duro. Tu padre es el tipo duro”. El chaval insiste: “Pero papá, todo el mundo quiere a Sonny, como a ti en el autobús papá”. El padre zanja la conversación: “No hijo, no es lo mismo. No le quieren, le tienen miedo. Es muy distinto”. A Fernando José Torres Sanz, que fue una estrella del fútbol mundial, le gente no le teme, sino que le quiere, que es muy distinto. Y ahora, los atléticos deberían quererlo más que nunca, porque este Torres es el que se levanta cada mañana para vivir de su trabajo y sacrificarse por su equipo. Es el obrero del Atlético. El auténtico tipo duro.

eurosport.es (por Ruben Uría)

2 comentarios:

daviniaaa dijo...

Que gran artículo, sobran las palabras. Esta claro.que Torres sigue siendo Torres y por eso muchos aún lo adoramos y lo adoraremos siempre.

Anónimo dijo...

Hay qué ver lo bien que se queda uno después de leer a Uría. Y si es sobre el Niño aún mejor.
De Fernando qué voy a decir, si esto lo deja claro. Añadiría que otra virtud que destaca en él por encima del resto, además de su personalidad, es su sentimiento. Porque sí, quizás ya esté muy sonado, pero no por eso hay que parar de decirlo.
Torres es ese jugador que celebra títulos con una bandera diferente a la del club que le paga, con la del de su corazón; el que es capaz de no celebrar un gol en una semifinal de Champions, pidiendo hasta perdón, porque así es el amor. Es ese que vuelve cuando los demás se van y el que, aunque no esté, siempre nos queda.
Y luego vienen y me dicen que no soy imparcial con él. Pero vamos a ver, ¿cómo voy a serlo? Qué suerte tenerlo.